El poeta italiano Ludovico Ariosto (1474-1573), autor de “Orlando furioso”, describió en un poema casi olvidado, la odisea de un paladín que descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra. Sin tanta poesía, pero con igual misterio, muchos tucumanos celebrarán dentro de 13 días el tan mentado Halloween (o Noche de Brujas), precisamente a la luz de la misma Luna que inspiró a Ariosto. Se trata de una celebración celta, que en Estados Unidos tiene tanta categoría como el Día de Acción de Gracias. Hasta hace unos años atrás, aún era una fiesta que los tucumanos sólo veían en la televisión o el cine. Hoy, en cambio, es una actividad obligatoria. Casi ritual. De hecho, en algunos colegios ya se han organizado reuniones y actividades en las que los alumnos participarán con los trajes más vistosos (zombies, brujas, fantasmas, esqueletos y todo tipo de espectros) para luego salir a pedir caramelos a los vecinos en la noche más tenebrosa del año. Hasta aquí, todo bien. Cada uno es libre de festejar lo que se le antoje. Pero lo que verdaderamente no se puede entender es el desprecio por las tradiciones que nos definen como nación. Hace poco recordamos el Día del Respeto a la Diversidad Cultural (antes conocido como Día de la Raza) con tan poco fervor como los aniversarios de la muerte de San Martín o de Belgrano. Lo mismo sucede con el Día de la Tradición (el 10 de noviembre) que pasa casi inadvertido en muchas escuelas de la provincia. O el Día del Himno y el de la Bandera....

Va siendo tiempo entonces de que pongamos las cosas en su lugar. No se trata de no festejar. Se trata de no abandonar aquello que nos da identidad como país, como argentinos. Ni más. Ni menos.